La timidez es
atrevida, pero encierra miedos. Esta popular cita, frase hecha, o espontaneidad verbal, la
escuché de un compañero aficionado a la fotografía hará ya hace algunos añitos,
mientras contemplábamos un batir de olas en el áspero roquedo costero de una de
nuestras siete ínsulas, y aún hoy dicho mensaje, lo llevo grapado en mi,
todavía funcional, memoria. Más adelante, los miedos propios de la juventud, la
incertidumbre ocasionada por los avatares en los que te envuelve la vida, el áspero
sabor a impotencia que te insufla un devenir engalanado con puñeteras rémoras
bautizadas, en el “rebumbio popular”, como “malas rachas” trastocaron mi
persona y, sin vuelta atrás, di rienda suelta a la curiosidad, a esa mano
cálida, a veces fría, y si me apuran, con velo oscuro que te agarra y apenas te
suelta. Así estaba servidor, desenfocado, a veces en mal encuadre, y salpicando
e interiorizando a la vez gotas emocionales sin razón alguna, aparentemente.
Temporadas de ensimismamiento invadieron mi sensibilidad, sólo la observación y
el tiempo, de silencio, derivó poquito a poco hacia ese necesario empujoncito
para que individualizara las masas, las terrenales, y si lo tienen a bien
juzgar, incluso las cósmicas, las inconscientemente conscientes, que haberlas
haylas, como se diría en Galicia. Y entonces apareció ella; en tinta, en papel,
en auto retrato, en instantáneas, les estoy hablando de la célebre fotógrafa
estadounidense Diane Arbus (Nueva York,
14 de
marzo de 1923 -
26 de julio
de 1971) Realmente se llamaba Diane Nemerov, lo de
“Arbus” viene del apellido de su primer y único marido, Allan Arbus, al
contraer matrimonio.
Ríos, o mejor
dicho, torrentes de artículos, tesis, tecinas, ensayos, estudios varios, “intentos
cinematográficos”, retazos biográficos, análisis meticulosos o divulgativos
realizados por expertos en fotografía, marchantes de arte, directores de
prestigiosas revistas de fotografía de ese tiempo, psiquiatras, psicólogos,
demás personal adscrito al área de Salud Mental (Diane tuvo bastantes
depresiones, incluso se le cronificaron ya desde la adolescencia, que hizo que
a lo largo de su vida se deteriorarse física y psíquicamente, incluso murió
resultado de un suicidio, como consta en el diagnóstico del médico forense, que
concluyó en afirmar que <<…la intoxicación aguda con barbitúricos y los
cortes en sus muñecas fue lo que la mató en el baño de su apartamento…>>)
maestros aficionados a las artes plásticas, filósofos, etc. o los siempre
presentes “todólogos” (los que saben de todo sin saber prácticamente de nada)
han vertido todo tipo de “testimonios”, propios o ajenos, sobre alguna de sus
“excéntricas” fotografías. Cabe destacar opiniones y críticas de todos los
gustos, de lo tachado como absolutamente repugnante a lo elevado a la categoría
de sublime. No queda al margen (para bien o para mal) su forma de actuar en la
vida, en su vida pública como fotógrafa y en la privada como esposa, madre,
alma libre, amante del sentido pleno, de su quehacer bohemio, etc. Incluso su
marido, Allan Arbus, consentía eso, aparte de iniciarla precozmente en la
técnica fotográfica, ya que era él fotógrafo y trabajaba al servicio de
revistas de moda, publicidad, etc. Por fortuna o por desgracia para Diane Arbus
(según se vea) se ha dado más pábulo a virtuosismos íntimos, a sus momentos de
confesada bisexualidad o bigamia, exhibicionismo público (cuentan que
disfrutaba masturbándose en las cercanías de la ventana para que la viesen los
vecinos) que a la esencia de su inteligencia emocional, sensorial, y creativa
(Diane Arbus, adviértase, vivió en el Nueva York de mitad del siglo XX, con su
etapas más puritanas y sus etapas más psicodélicas cuando despuntaba Andy
Warhol y sus sonadas bacanales, las correrías de los poetas beat, Beat Generation, con Irwin Allen Ginsberg a la cabeza, movimientos como el de
los Panteras Negras, el movimiento hippie y sus sonadas protestas ante la
Guerra de Vietnam, etc.)
La mezcolanza,
por tanto, acerca de la vida y obra de Diane Arbus ha sido y sigue siendo, y
creo que será, la punta de un enorme iceberg, debido al secretismo que su
familia y amigos cercanos, los íntimos sobretodo, han pactado sellar con una,
no menos importante, cohorte de biógrafos, en particular los ávidos en
“sonsacar” lo “amarillezco” de su persona más que la genialidad, a mi juicio,
de su arte fotográfico, en especial. Ante
esto, no hace tanto tiempo, consulté una estupenda biografía, eso sí, sólo
autorizada por algunas personas que se aventuraron buenamente a opinar,
reflexionar y dar luz a claroscuros sobre Diane. En España esta biografía que
lleva por título “Diane Arbus”, a secas, se tradujo hará pocos años al
castellano (traducción de Beatriz López-Buisán), es de la editorial Lumen, y su
biógrafa es Patricia Bosworth. Es una biografía completísima, coral, ya que
charlan amenamente y sin tecnicismos ni soflamas incendiarias todos los que
conocieron a Diane (algunos miembros de su familia –sus hijas, hermano-,
fotógrafos, personalidades del arte, modelos y alumnos, entre otras muchas
personalidades de juicioso parecer sobre ella).
Sigue leyendo este artículo en el 1º número de El Vagón de las Artes
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