jueves, 3 de enero de 2013

Sobre el 1º Campeonato de Improvisación Literaria en Canarias

LuchaLibro


   A principios del verano el calor aún juega de la mano con el aire fresco y la noche se impacienta por saltar desde el cielo. El fin de semana es una fiesta en la calle y la sensación triunfante de una posible copa tiene a Europa en vilo. Sin embargo, el zoom abierto de mis pensamientos va reduciendo su mira y el globo terráqueo ahora son siete islas, luego es Tenerife, luego Santa cruz y finalmente la Plaza de España ocupa mi visión. Delante está el Café Atlántico, sus asientos copados por pares de ojos que siguen el compás de un tecleo y pestañean ante la nerviosa lucha que se presenta en el escenario, más allá de sus mesitas con posavasos húmedos y ceniceros llenos. Dentro y fuera suena el ritmo de cinco minutos que se clava en la sesera y surte su efecto inspirador, por suerte siempre a mano hay una libretita roja con bolígrafo, por si alguno de los presentes se lanzase valiente a luchar paralelamente con los enmascarados del fondo.

   Entre bambalinas todo se ve diferente, todo tiene un tono de sombra y la luz al final del escondrijo de los luchadores hace lo mismo que la llamada de la selva. Fuera, el mundo salvaje de las letras espera al incauto participante, máscara en la cara, dedos nerviosos, mente creativa que echa humo antes de empezar. El árbitro es claro: tres palabras para cada luchador y cinco minutos para crear, luego que gane el mejor.

   Las manos sudan y entre compañeros contrincantes la tensión parece seda suave y manejable, pero el rugido que indica cada turno es más bien lija para los corazones de los que van quedando y el escondrijo poco a poco se sume en el silencio de las cabezas pensantes.

Sigue leyendo esta crónica en el 6º número de El Vagón de las Artes